Capítulo 8: Rito de iniciación
Un grito rasgó el silencio de la cabaña. Era el primer
domingo de Julio y hacía un calor espantoso, pero a esa hora de la mañana
todavía corría una suave brisa que acunaba los sueños de los campistas. En
especial el de aquella cabaña, que sólo conocía el silencio a esa hora.
Al tenía buen oído pero lo que la despertó no fue el grito
sino la sensación de que alguien había saltado sobre ella y la rodeaba con los
brazos zarandeándola por los hombros.
- ¡Al! – Al se despertó preparada para hacerle frente, pero
al ver a su amiga una sensación de felicidad recorrió un cuerpo y se enderezó
para responder al abrazo.
-¡Sandra! – le gritó mientras la abrazaba con fuerza. Esta
se rio.
- Os echaba de menos. No he podido librarme de mis abuelos
hasta ahora.
- ¿Y tenías que venir a las seis de la mañana? Si llegas a
ser otra persona estarías muerta.
- Lo sé, pero no quería estar más tiempo fuera. Además sabía
que me necesitabas – le guiñó un ojo.
- Pues la verdad es que no, todo está en calma – Al se calló
un momento – Incluso tienes un nuevo hermanito.
Sandra abrió aún más sus oscuros ojos. Tenía la piel oscura
y el pelo negro recogido en rastas que le legaban hasta mitad de la espalda.
Tenía una personalidad hiperactiva, y aunque eso era corriente en los mestizos,
en ella se marcaba más. Era la que animaba a la cabaña.
Verla le hizo recordad su primer verano en el campamento, en
el que dejó de estar sola e incomprendida y empezó a entender lo que era.
Sandra pasó por lo mismo que ella pero sus reacciones fueron totalmente
contrarias, y a ambas les encantaba pelear así que se hicieron amigas en
seguida. El único que intentaba separarlas en sus peleas era Ian, que las
conocía a las dos perfectamente y también estuvo a su lado en el primer año,
pero al contrario que ella, él estaba sólo en su cabaña.
- Tendrás que hacerle una visita ¿no?- la animó Al, aunque
Sandra ya se había levantado y corrido escaleras abajo hacia la habitación de
los chicos.
Al la siguió y vio cómo interpretaba su papel. Sandra
aporreó la puerta de la habitación de los chicos para despertarlos, pero todo
el mundo estaba despierto. Mäelle surgió de su habitación y al ver a Sandra
sonrió. Se oyó a Ed bajar por las escaleras al mismo tiempo que se abría la
puerta. Mark se aproximó a ellos y se dio la vuelta de modo que estaban todos
juntos y Kevin solo al otro lado de la habitación. Este se tensó y se puso en
pie de inmediato.
- Dime tu nombre, novato – al oír el mote Kevin se sintió
confundido, no estaba preparado para esto, creía que ya se había integrado en
el grupo.
- Kevin.
- ¿Kevin qué más?
- Delam.
- Y cuéntame Delam ¿Pensabas que sería tan fácil dormir en
una cama en la cabaña Ares? – En este momento todos estaban serios mirándole,
parecían un grupo de adolescentes problemáticos, con Sandra en cabeza mirándole
con ojos fieros – No creerías en serio que iba a ser tan fácil ¿verdad?
Kevin se revolvió incómodo en su cama, estoy no podía
estarle pasando, se sentía que había vuelto otra vez al colegio, donde ocurría día
sí día también. Pero hacía mucho que había dejado de tenerles miedo. Así que se
levantó e intentó tranquilizarse.
- ¿Qué queréis? – Siempre querían algo, Kevin creía que había encontrado algo
parecido a un hogar, un lugar en el que pudiera sentirse a gusto y feliz. Pero
se equivocaba.
- Para pertenecer a esta cabaña todos hemos tenido que pasar
la misma prueba. – Dejó que el silencio le diera un cariz dramático a la escena.
- ¿Estás preparado?
Kevin tragó aire, suponía que la prueba de aceptación
tendría que ver con el Dios paterno, así que estaba preparándose mentalmente
para recibir un golpe. Cerró los ojos al mismo tiempo que escuchó “¡A por él!”.
Se preparó para recibir un impulso duro en el cuerpo pero en
cambio sintió un golpe suave en la cabeza, después vinieron tres más que le
hicieron resbalarse y caer en el suelo. Al darse cuenta de lo que sucedía a su
alrededor intentó zafarse de sus hermanastros y consiguió coger la almohada de su cama y ponerse en pie.
Había estallado una guerra de almohadas mucho más fuerte de
cualquiera que hayáis visto nunca. Los guerreros se cayeron al suelo y
levantaron innumerables veces ya que ninguno aguantó mucho tiempo allí. Ninguno
quería perder y no se acabó la pela hasta que todos acabaron agotados en el
suelo. Les dolían las extremidades y el estómago de tanto reírse. El nudo que se había formado en el estómago de
Kevin ya estaba desatado completamente. En
ese momento no pensaba abandonar nunca la cabaña.
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