Capítulo 9: El inicio de la guerra
Cuando entraron en la sala ya estaban casi todos, sólo
faltaban los representantes de Afrodita, Perseus y Daisy, que siempre llegaban
tarde para llamar la atención. El sitio de cada representante estaba
determinado por el orden de las cabañas, y en el hueco que dejaban se sentaba
Quirón, presidiendo la mesa rectangular.
Los representantes de los doce dioses principales se
sentaban enfrente unos de otros mientras que los dioses secundarios
estaban frente a Quirón. Los tres
grandes dioses (Zeus, Poseidón y Hades) sólo contaban con un representante, al
igual que los dioses menores; ya que eran menos campistas. Pero las demás cabañas,
al llegar al número de 5, empezaron a enviar dos representantes con cabaña, y
el número se había desigualado, por lo que algunos tenían más espacio que otros.
La cabaña de Zeus la representaba Alexa que sólo tenía un
hermano, al igual que James, que era el representante de Hades y sólo contaba con
Ylena. Pero la cabaña de Poseidón sólo tenía un campista, Jorge, al que todo el
mundo le dio pena en un principio, pues resultaba muy terrorífico dormir solo siendo
un niño de trece años recién llegado, pero se acostumbró.
Al miró a los representantes de Atenea, Lizbeth y Taylor.
Taylor era más joven que Lisbeth pero tenía esa mirada calculadora y visionaria
de todos los hijos de Atenea. Al suspiró y se sentó a la derecha de Ed, que
parecía bastante tranquilo. Ella, por el contrario, estaba hecha un manojo de
nervios, pero era un nerviosismo entusiasta, estaba deseando que comenzara la
reunión.
Al llegar los representantes de Afrodita, Quirón dio el
mismo discurso de todos los años, presentó a los nuevos y repitió las reglas
del campamento. Después de esto escuchó las propuestas de las cabañas. Los
hijos de Hefesto querían permiso para utilizar el agua del lago para sus construcciones,
el hijo de Hipnos más horas libres, los hijos de Dioniso lo secundaron
rápidamente, junto con el derecho a dar fiestas a cualquier hora.
Quirón respondió a todas las propuestas, denegando algunas y
concediendo otras. Toda la mesa se quedó sumida en el silencio y entonces Al le
hizo un gesto a Ed, era la hora, este levantó la mano.
- Exijo la reforma de las cabañas con más campistas. – dijo,
la mesa se calló completamente, siempre se repetía la misma propuesta desde
hace varios años. Pero ninguna cabaña la apoyaba ya que se necesitaba la
planificación de los hijos de Atenea, y esta se oponía firmemente.
- Me opongo – se negó Lizbeth- No tenemos tiempo para hacer
los planos y ellos tienen espacio suficiente para sus cosas.
- Tenéis tiempo de sobra y algunas cabañas dejamos de tener
baño desde hace mucho tiempo. Ahora tenemos que ir al lago cada hora – le respondió
Al.
- Y seguís perfectamente, ninguna enfermedad contagiosa ni
nada – repuso Liz – Incluso diría que preferís ir sucios.
- Tenemos cosas mejores de las que preocuparnos – la secundó
Taylor.
- Sí planos que nunca se harán realidad – Al dejó pasar la
pulla- Dejad de pensar en el Olimpo y bajar a la tierra a cooperar con los
demás.
La mesa se volvió a callar, Al había abierto una cicatriz de
la cabaña de Atenea, sólo Annabeth fue considerada idónea para crear planos
para El Olimpo, desde entonces todos tenían ese sueño, y se pasaban todo el
rato imaginando edificios que coronarían el hogar de sus padres.
- Si tuviéramos derecho al agua tendríamos todos los materiales
listos en menos de una semana… – intervino Christine, líder de la cabaña de
Hefesto.
- No necesitáis nuestra ayuda – le cortó Lizbeth – le hicisteis
un buen apaño el año pasado.
Ambos representantes se rieron, Al empezó a enfurecerse y Ed
tuvo que sujetarla y obligarla a sentarse antes de que cometiera una estupidez.
Se referían al destrozo que habían hecho para conseguir el espacio del baño, la
sala aún seguía llena de escombros.
- Nunca llegamos a un acuerdo Liz – respondió Al intentando
tranquilizarse- Así que creo que es hora de zanjar este asunto de una vez por
todas.
- ¿Qué propones? – Preguntó, aburrida.
- Quien gane en la próxima batalla de cuadrigas dirá lo que se
haga, – el desafió flotó en el aire- y le perdedor tendrá que acatar la orden,
sea cual sea.
- Por Zeus, Al, no pensarás en serio que soy tan estúpida
como para aceptar un desafío en el que no gano nada – le respondió Lizbeth,
Taylor se tensó momentáneamente, sabía que negarse a un desafío significaba deshonra para la cabaña, pero Lizbeth continuó
hablando enfurecida– Además, por supuesto, no vais a vencer, el carro que tenéis
parece hecho, y a lo mejor está hecho,
por niños de parvulario. Sin contar con que nunca habéis ganado una carrera de cuadrigas
en los últimos… ¿cinco años?
Al cerró los puños, no soportaba que se metieran con su cabaña.
Empezó a sentir que la rabia fluía por todo su cuerpo y amenazaba con
escapársele y pegarle un puñetazo en toda la cara a Liz, pero esta siguió
hablando, ajena a la ira que se avecinaba.
- Personalmente creo que sólo quieres un poco de atención,
lo que la prostituta de tu madre nunca te dio – finalizó, contenta de sí misma.
La mesa entera apartó la mirada, las peleas entre ellas dos
se daban todos los días, y estaban acostumbrados a oír esas cosas, pero el tema
de la madre de Al sólo lo mencionaba cuando estaba verdaderamente cabreada.
Quirón abrió la boca para expulsar a Liz de la sala pero de repente Al se
encendió, literalmente, un fuego la cubrió y su aura se llenó de odio, y de
advertencia.
- Ya veremos Liz – dijo antes de salir de la sala, dejando a
Lizbeth con la palabra en la boca, asustada. La ira de Al sólo se manifestaba
en muy raras ocasiones, sólo lo había hecho tres veces antes que aquella.
Al salió del edificio e intentó calmarse, pero aquella rabia
seguía dentro de ella y los campistas repararon en ella. Así que corrió hasta los establos, segura de que Troya la
tranquilizaría.
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